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Palpadme, soy yo en persona.

Palpadme, soy yo en persona.

PALPADME, SOY YO EN PERSONA

(14 de abril de 2024)

Evangelio de Lucas (24, 35-38) Link al texto.

    La lectura del evangelio de hoy tal vez pueda despistarnos un poco: queriendo decir el evangelista que la resurrección de Jesús es verídica y real, pinta a Jesús comiendo pescado con sus discípulos a la orilla del lago de Galilea. El argumento es tumbativo: si come, está vivo.

    Pero todos comprendemos que un resucitado no come. Esto nos puede llevar a pensar que el resucitado Jesús andaba como un fantasma por los caminos de su tierra, apareciéndose aquí y allá a sus discípulos. Nada más lejos de la realidad.

    Lo repetiremos mil veces: la fe en la resurrección es una experiencia de amor, la certeza de que Jesús sigue vivo y acompañante, la seguridad de que lo nuestro está destinado a la vida y que, por eso, elegimos la vida. Esto es lo central.

    ¿Qué quiere decir entonces el Jesús del evangelista cuando afirma PALPADME, SOY YO EN PERSONA?

¿Cómo palpar al Jesús resucitado, cómo “tocar” su persona resucitada?
    • Palparlo en los frágiles: lo sabemos de memoria y lo decimos hasta la saciedad: a Jesús se le toca en los frágiles, en los necesitados de amparo. Nos decía la prensa del domingo pasado que vecinos de la isla del Hierro acogen en sus casas a migrantes llegados en patera a los que el sistema deja por el camino. Parece que Europa se blinda y se cierra como un molusco en su concha ante la inmigración. Pues no, hay personas que acogen. Esto es elegir la vida, esto es tocar al resucitado.
    • Palparlo en la sed de espiritualidad: porque hay cosas que nos descolocan: cuando decimos que cada vez viene menos gente a Misa, la afluencia de personas jóvenes a las hermandades de Semana Santa va a más. Quizá, más allá de todo análisis, haya ahí una llamada para nosotros que nos dice: no somos solamente piel externa, hay dentro una sed de espiritualidad que está llamando a nuestras puertas. Elijamos la vida, cultivemos la espiritualidad, vivamos los valores del corazón.

    Hemos leído que Jesús “abrió la mente” de los suyos para que entendieran todo aquello. Que abra nuestra mente, que pensemos, que recemos, que leamos la Palabra para profundizar en la fe. Que la nuestra no sea una religión sociológica de aspectos meramente externos, sino de experiencias personales y profundas.

    Y también dice el texto que los discípulos fueron emplazados por Jesús a ser sus testigos: “vosotros sois los testigos de todo esto”. Que seamos testigos de vida, más que de palabra. Que no digamos solamente aquí en la Iglesia que elegimos la vida, sino que, efectivamente, la elijamos haciendo más humana nuestra vida y la de nuestros convecinos.

    Que seamos lenguaje comprensible de la resurrección de Jesús.

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