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Sobre esta piedra edificaré mi iglesia

Sobre esta piedra edificaré mi iglesia

Aunque es casi imposible, para leer la Palabra con una cierta novedad hay que escapar de las interpretaciones que hemos oído desde siempre porque, con frecuencia, se ajustan poco al evangelio. Una de ellas es la que dice que estamos asentados sobre la roca de Pedro y que la Iglesia siempre estará ahí. Discutible.

Lo que dice el texto que hemos leído es algo de esto: el llamado Simón, es su nombre, recibe el sobrenombre de Pedro (Petros): piedra arrojadiza, un canto del camino, un guijarro (roca, por su parte se dice lithos). Aunque adherido a Jesús, Pedro es  terco y cerril para entender los mecanismos del reino: así es Pedro. Y Jesús dice que SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA.

Es decir, la Iglesia de Jesús se asienta sobre la debilidad de Pedro (y la nuestra). Y si no se hunde es porque Jesús la sostiene porque si no fuera así, hace ya tiempo que esto se hubiera acabado. Es un milagro que la Iglesia perdure cuando está basada sobre el frágil cimiento que somos nosotros. La fuerza de Jesús es la que sostiene a la comunidad cristiana. Sostenidos por él.

Esto tiene unas consecuencias decisivas para nuestra manera de entender la fe:

- Humildad: es preciso aceptar la debilidad de la Iglesia con humildad. El papa León ha pedido a los cristianos que seamos más humildes. Que, a estas alturas, andemos gloriándonos de que somos tantos y tales indica que nos cuesta entender lo básico del evangelio.

- Confianza: nuestra evidente debilidad remite a la confianza en Jesús que ha de traducirse en confianza en los hermanos. Sin esa doble confianza no puede persistir la fe de la Iglesia. Una fe asentada en la desconfianza es camino sin salida.

- Futuro: mirar hacia atrás es la manera de poner en peligro la pervivencia de la Iglesia. Y eso por la sencilla razón de que el evangelio mira al futuro, no al pasado. Una fe anclada en el pasado es un peligro para la Iglesia.

No creamos que una vivencia de la fe asentada en estas certezas se vuelve irrelevante. Todo lo contrario: la actividad social y de mediación del Papa León en estos primeros pasos de su pontificado nos hace ver que la Iglesia, si se apoya en los valores del evangelio, puede hacer una gran contribución a la mejora de la sociedad. El evangelio, no lo dudemos, es terapéutico.

Hace ya años que el teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer profetizó: «Nuestra Iglesia, que durante estos años sólo ha luchado por su propia subsistencia, es incapaz de erigirse ahora en portadora de la Palabra que ha de reconciliar y redimir a los hombres y al mundo. Por esta razón las palabras antiguas han de marchitarse y enmudecer, y nuestra existencia de cristianos sólo tendrá, en la actualidad, dos aspectos: orar y hacer justicia entre los hombres». Pues bien, oremos y trabajemos por la justicia. Por esas sendas la comunidad cristiana se hace fuerte y tiene un horizonte ante ella.

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