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Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor

Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor

Hay textos bíblicos que son luminosos y fácilmente aplicables a la vida cristiana. Es bueno aferrarse a ellos.

Hemos escuchado en el texto proclamado que LOS DISCÍPULOS SE LLENARON DE ALEGRÍA AL VER AL SEÑOR en su resurrección. No es rentable quedarse en la formas (¿cómo ocurrió eso, qué eran las apariciones?). Mejor ir al contenido.

La fe es una variante del amor porque es una adhesión del corazón. De modo que una fe con escasos niveles de amor (aunque tenga alto el nivel ideológico) no deja de ser una fe fría y, en definitiva, una fe débil. Por eso la fe anhela “ver” al Señor. Ya lo decía poéticamente san Juan de la Cruz que «la dolencia de amor se cura solo con la presencia y la figura». Es difícil amar sin ver. Es lógico que los discípulos se alegren viendo a Jesús.

Nosotros vemos a Jesús en el ámbito de lo religioso: en la hostia consagrada, en la custodia, en los crucifijos, en las imágenes y cuadros, en las plegarias, etc. Pero los discípulos ven a Jesús en uno que se sienta a la mesa, en uno que les acompaña, en uno que les bendice. En definitiva, ven a Jesús en la vida.

¿Dónde podemos ver hoy al Señor si quisiéramos verlo más allá del marco religioso?

- En la mucha gente que hace el bien: porque, no lo dudemos, somos muchos más los que queremos y hacemos el bien que los que hacen daño a los demás, por más que nos machaquen con noticias adversas los medios de comunicación.

- En quienes no se lucran cuando hacen el bien: porque esa es la prueba del algodón: si haces el bien sin pretender beneficios. Hay muchos que viven así (el mismo papa Francisco, tan recordado, fue uno de ellos: vino pobre a Roma y se marchó igual de pobre).

- En quienes siguen siendo personas espirituales en esta sociedad consumista: porque quizá creamos que no hay personas que busquen anhelantes el rostro de Dios, pero las hay. Son personas normales en su vida y su trabajo, pero buscan a Dios con tesón y le aman de maneras vivas.

Decía el poeta alemán Rilke que  «la casa de los pobres es un sagrario». Ante el sagrario nos arrodillamos o nos inclinamos porque desvelamos en ese sacramento la presencia de Jesús. Y así es. Pero quizá esa presencia sea más clara en la casa de los pobres, en el sufrimiento de los enfermos, en la soledad de los ancianos, en el temor horrible de quien vive bajo las bombas. Esos son los “sagrarios” donde se ve a Jesús con más claridad. Gaza es hoy para nosotros el gran “sagrario” que tenemos delante. ¿Lo vemos nosotros así?

A veces los periódicos nos desvelan cosas que damos por supuestas pero que ignoramos: ¿quiénes son los cogen el 112 cuando les llamamos en nuestra necesidad? ¿Quién está detrás del teléfono de la esperanza? ¿Quiénes son los que hacen la comida en los comedores sociales? ¿Quiénes son los que atienden a los emigrantes tratando de regularizar su situación? A través de ellos, a veces, los humildes recobran la alegría. Ahí seguimos viendo al Jesús resucitado que nos acompaña.

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