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Y al punto salió sangre y agua (Viernes Santo)

Y al punto salió sangre y agua (Viernes Santo)

Cada Viernes Santo se lee en la celebración litúrgica, como parte esencial, el relato de la pasión y muerte de Jesús según san Juan. Una pasión para la reflexión, para la contemplación. Todos sus términos están elegidos, pensados.

Al final del texto se dice de manera solemne, dando testimonio, que del costado del crucificado atravesado por la lanza SALIÓ SANGRE Y AGUA. ¿Qué quiere decir esto? En el evangelio de Juan la “sangre” simboliza la entrega, la donación, porque una vez que es derramada, la sangre ya no vuelve a su dueño. Es siempre en beneficio del otro. Y el “agua” significa el espíritu del que se nace a una vida nueva. El interior de Jesús está hecho de espíritu, de amor, y de entrega, de donación.

Esto mismo pasa en la vida cristiana: el seguimiento de Jesús se fragua en la contemplación de Jesús y en la entrega a los hermanos. Son, al decir de los autores, el componente místico y el político de la vida cristiana.

Esto, que puede parecer una teoría religiosa, es muy sugerente para quien celebra la fe en este Viernes Santo.

  • La pasión de Jesús narra la suerte injusta de un excluido y de todos los excluidos: porque toda exclusión es dura pasión para quien es expulsado de un país, de un trabajo, de una consideración.
  • La pasión de Jesús pone delante el tremendo menosprecio de Jesús y el no menos tremendo de cualquier despreciado: porque la cultura del menosprecio quiere borrar las facciones humanas del rostro de las personas considerándolas indignas de aprecio.
  • La pasión de Jesús pone delante la dura realidad de un crucificado y la de todos los crucificados: porque los años corren y en muchos rincones de la tierra se elevan las cruces de la esclavitud, la guerra injusta, y las lágrimas de los pobres parece que caen en vano.

Cuando veneramos hoy la cruz de Jesús, cuando la entramos en la celebración procesionalmente con cantos de victoria, hemos de pensar no solamente en aquel que dio la vida por amor, sino también en todas aquellas personas que entregan hoy también su  vida con idéntico amor para que los excluidos, despreciados y crucificados tengan un puesto, siquiera pequeño, en el banquete de la vida. Celebrar el triunfo del crucificado es celebrar el éxito de quienes aman, se les reconozca o no. Venerar la cruz es creer en el triunfo del amor.

La paradójica victoria de la cruz nos habría de dar unos ojos nuevos, los ojos de la justicia y de la dignidad, que nos han de llevar a creer que el infortunio de quienes no tienen suerte cambiará de signo y su humanidad será tenida en cuenta. No es un recuerdo de Jesús solamente el que hacemos esta tarde, sino también una actualización. La mirada de los pobres se vuelve hoy sobre los que celebramos el Viernes Santo. ¿Qué les podremos decir?

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